El carro quemado
¡Cómo me identifico con la visión de Rafael Osío Cabrices! Esta nueva entrega en su habitual columna “La vida sigue” de la revista “Todo en Domingo” del diario El Nacional, es una estupenda revisión de un acontecimiento que tiene un significado central, específico pero también revelador y casi premonitorio. Por favor, léanlo y reflexionen al respecto…
“Amaneció allí como una advertencia, cómo la cabeza del cerdo en el señor de las moscas. El carro asignado a una de las autoridades de la UCV había sido robado a punta de pistola y luego conducido como una antorcha hacia la puerta del Rectorado, en la víspera de la marcha universitaria del 20 de Mayo. Quemó el techo y las paredes, rompió puertas, dañó mosaicos y quedó allí consumiéndose junto a un mural del maestro Vigas. Flanqueado por tiras de seguridad amarillas, decenas de personas lo miraban y lo fotografiaban mientras el personal de la UCV recogía los destrozos. Cerca, varios jóvenes chavistas se dedicaban a insultar a todo el que pasaba por delante.
Un símbolo. Un poderosísimo símbolo de lo que nos pasa, con muchas manifestaciones. La camioneta que abunda en las fachadas de los restaurantes de carne es un emblema de nuestra más reciente bonanza petrolera. A mí me intriga desde hace tiempo la relación que muchísima gente aquí tiene con los carros: tipos que quieren más a sus vehículos que a su mujer o a sus hijos, que están mucho más preocupados por poseer un carro ostentoso que una vivienda cómoda. El carro es una fortaleza de individuos paranoicos en las colas, o la vitrina móvil de un ego desesperado por llamar la atención con su reguetón a todo volumen.
Su exceso en nuestras calles crea innumerables ocasiones para la tensión y la confrontación, así como el tráfico agrega estrés, aleja a la gente de sus familias, y le quita tiempo a sus de descanso; el dónde estacionarlos es una eterna fuente de conflictos vecinales; y es en los carros, muchas veces, donde cada nuevo episodio de ese horror que es el secuestro comienza y termina.
En un sentido relacionado con estas evidencias de lo que el automóvil dice sobre lo que somos, ese carro quemado y lanzado contra el rectorado de la mayor universidad de Venezuela, ese carro usado como un arma, emerge como un símbolo de la compulsión chavista por imponer su voluntad a cualquier costo, costo generalmente asumido por los demás. Los que robaron un carro ajeno y lo estrellaron contra un edificio público. Igual que hicieron el 9 de Junio de 2005, cuando el CNE anunció que sí había referendo revocatorio presidencial, y los grupos de choque chavistas chocaron una camioneta robada contra la reja del edificio en que se imprimía esta revista. Igual que hicieron el 4 de Febrero de 1992, con un blindado, contra una puerta del Palacio Blanco.
Roban algo y lo arroja contra una puerta, pero no terminan de lograr lo que quiere. Sólo causan daño y asco. Ese día no impidieron la marcha universitaria, cómo aquella tarde de 2005 no lograron que El Nacional dejara de circular, como aquella madrugada de 1992 fracasaron también en tomar el poder. Pero no dejan de insistir mientras la gente honrada y valiosa que aún apoya a Chávez sigue haciendo silencio.
Esa imagen del carro quemado del que debe ser nuestro mayor espacio civilizatorio, la Ciudad Universitaria que fue nombrada patrimonio cultural de la Humanidad por la UNESCO, se ha estado regando de celular en celular. Dice más que cualquier análisis sobre lo que tenemos por “gobierno”. Es una mancha negra de la civilización venezolana. Una mancha que hay que lavar.
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