Semana Santa en Caracas
Una Semana Santa en Caracas es algo antropológicamente anómalo para la mayoría de los citadinos que viven aquí y peor aún; Es inaceptable para una enorme masa de residentes en Venezuela que salen en desbandada desde cualquier lugar y hacía cualquier lugar también. No importan las horas de cola, no importa el costo aumentado de “temporada alta” en hospedajes y servicios conexos, no importa bañarse al lado del orine de miles de seres en litros de agua o bien, hacer una parrilla con siete autos a tu alrededor, cada uno con una música distinta bien sea reggaetón, vallenato o lo último del Conde Del Guácharo. Todo vale la pena.
Tengo varios años haciendo lo contrario. Tengo varios años, visitando siete templos en una ciudad bucólica, sin colas, sin ruido, sin cornetas ni ambulancias. Yendo a colas de cine de gente calmada o bien sentándome en plazas solo sintiendo el aire, niños jugar y poca cosa más.
Hace décadas, sentía que no era igual al resto y me molestaba con mi padre que siempre fue renuente a salir en esos días aunque más por inacción y flojera que por otra cosa. Me sentía infortunado, solo, inferior.
Hoy; Es tan rotundo el caos en Caracas que uno vive a diario que he agradecido la sintonía con ese descanso, no importándome si mengano llega con tremendo bronceado y contando lo bien que le fue en la playa.
En esta oportunidad y bajo el mando de mi esposa, acogí el ritual de los “Siete templos” en donde uno se encuentra con esa sociedad que quiere vivir en sosiego con sus costumbres y quiere rememorar esa Caracas de antes. Son esos lugares donde católicos y cristianos piden deseos, dan las gracias, colocan flores, rezan y se olvidan de que al salir de allí son estos seres intemperantes, malhumorados, groseros e irregulares de todos los días. También, una mirada atenta (Como la foto que acompaña esta misiva) te permite darte cuenta que en la iglesia de Santa Eduvigis hay obras maravillosas de arte (Pintura) y que en la pequeña iglesia de la parroquia de La Paz el Paraíso, ahora salen a pasear al sepulcro por calles mas lejanas. También, comes arroz con coco y canela y dejas de comer carne roja pese a que no recuerdas o entiendes muy bien que costumbre estás respetando, siguiendo, aceptando o asumiendo.
Te acuestas tarde, te levantas tarde. No hay metro, estacionamiento ni número de agencia privada que tomar. Nada. Se oye el silencio.
Subes al Ávila y siente que toda Caracas está allí, te llevas a tu familia, entre ellas una tía que antes de quedarse en su aburrida y calurosa Turmero, prefiere venirse a unir lazos en Caracas. Decenas se bañan en Quebrada Quintero, uno reclama el sucio del lugar. Tu hijo de 19 meses disfruta el paseo.
Llega el domingo y desde el sábado, la ciudad pierde su encanto. Gente de toda clase socioeconómica viene de vuelta con los vidrios de sus auto pintados con ridículos mensajes de donde vienen, que hicieron y a donde van. Hediondos a sal, arena, sexo ligero, superficialidad de aspectos y otras beldades. Y yo me siento feliz de no haber salido sino por los alrededores, haber comido y dormido bien y permitir que mi sistema cardiovascular se relaje un poco. En teoría.
Saludos
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